viernes, 17 de abril de 2015

He visto que Jehová es bueno


Según lo relató Lennart Johnson
El domingo 26 de julio de 1931, el segundo presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract, J. F. Rutherford, pronunció el discurso “El Reino, la esperanza del mundo” en el coliseo de Columbus, Ohio. En Rockford, Illinois, mi familia escuchó la transmisión radial. Yo sólo tenía 14 años, pero puedo decir que aquel programa me quitó una venda de los ojos.
Aunque mi padre se interesó en el mensaje del Reino, y luego mi hermano, mi madre fue siempre indiferente. Mi padre murió un año después, en 1932. Otras transmisiones de programas de la Watch Tower siguieron alimentándome espiritualmente, pero no fue sino hasta abril de 1933 cuando descubrí el lugar donde se reunían los testigos de Jehová, a kilómetros de distancia al otro lado del río.
¡Qué sorpresa fue para el grupito que se reunía allí el que un delgado adolescente viajara en bicicleta a sus reuniones para participar en un estudio del segundo tomo de Vindicación! En cada reunión aprendía más, y me alegré cuando, dos meses después, empecé a llevar el mensaje del Reino de casa en casa. Aquel mismo año me bauticé en una asamblea regional (ahora asamblea de circuito).
Cada día, después de salir de la escuela, pasaba más o menos una hora visitando a mis vecinos más cercanos para llevarles el mensaje del Reino. Además, pude testificar en la escuela. Por ejemplo, en un curso se mencionó la teoría de un infierno de fuego y tormento. Esto me impulsó a dar la prueba bíblica de que los muertos no están sufriendo; más bien, están en inconsciencia y en sus sepulcros, con la perspectiva de ser resucitados. El maestro me permitió leerle a la clase entera la extensa composición que yo había preparado.
El ministerio de tiempo completo
En mayo de 1935 asistí a la asamblea de distrito que se celebró en Washington, D.C., donde se dio énfasis al servicio de precursor (el ministerio de tiempo completo). Al regresar a casa escribí a la Sociedad Watch Tower, que no solo me envió una lista de territorios en los que podría trabajar, sino que también (y esto me sorprendió) incluyó información —varios planes— sobre cómo construir un remolque habitable. En aquellos días el ser precursor significaba trasladarse a nuevas zonas, y con un remolque uno tenía dónde vivir. De modo que decidí conseguir un automóvil y un remolque habitable para servir de tiempo completo.
Mientras tanto, empecé a anunciar el mensaje del Reino mediante un automóvil con altavoces que nuestra congregación había adquirido. Cuando, junto con otro hermano, fui invitado a Monroe, Wisconsin, para anunciar el Reino con aquel auto, conocí a Virginia Ellis, con quien poco después me casé. ¡Ahora cooperaríamos para conseguir un automóvil y su remolque, para usarlos en la obra de precursor!
En el otoño de 1938 murió mi madre, y para entonces Harold Woodworth nos escribió desde Nuevo México: “Vengan acá; necesitamos mucha ayuda”. Por eso, salimos hacia Nuevo México, en un viaje de unos 1.600 kilómetros. En cierto lugar, durante el viaje, nos llegó un telegrama. Decía: “Regresen a casa”. Se me ofrecía un empleo con buena paga y excelentes oportunidades de ascenso. Hice pedazos el telegrama. Si Jehová nos había dado lo que necesitábamos para ser precursores, ¡jamás volveríamos atrás!
En marzo de 1939 empezamos a servir de precursores cerca de Hobbs, Nuevo México. Era tierra de ganado; también había muchos poblados conectados con los campos petrolíferos de la zona. La pequeña congregación de aquel sector tenía reuniones los viernes y domingos, de modo que nosotros, aprovisionados de literatura, agua, alimentos, una estufa pequeña y un catre o cama de campaña, predicábamos desde el lunes hasta el viernes por la tarde en las zonas rurales. Al caer la noche dormíamos a campo raso, con el cielo como techo y, cerca, una antorcha de las que se usaban en los campos petrolíferos, para espantar a las serpientes de cascabel. En los fines de semana trabajábamos en el pueblo, con la congregación.
Seguimos este horario por varios meses, y después la Sociedad nos envió a Roswell y, más tarde, a Albuquerque, Nuevo México. Aquí de nuevo usamos el automóvil con altavoz, que era muy eficaz para testificar a las aldeas indias de esta zona. A principios de 1940 empezó la nueva obra de testificar en las calles con las revistas, y tuvimos el placer de participar en ella con los hermanos de Albuquerque.
Oposición durante la histeria bélica
En septiembre del año anterior había empezado la II Guerra Mundial en Europa, y debido a nuestra neutralidad nos enfrentamos a un período de cruel oposición. Una vez me arrancaron de encima la camisa mientras participaba en el ministerio.
En el verano de 1940 las autoridades arrestaron a unos hermanos que trabajaban con las revistas cerca de El Paso, Texas. El lunes siguiente Harold Woodworth y yo acudimos al tribunal para ayudarlos. Interrogué a los hermanos ante el tribunal y pude sacar a relucir puntos importantes en defensa de ellos. Todos fueron declarados inocentes, y un informe periodístico me llamó después “un prometedor joven abogado de Albuquerque”. Pero, en realidad, ¡fue Jehová quien dio la victoria a sus siervos aquel día!
En otra ciudad sucedió algo similar: Nuestros hermanos fueron encarcelados por predicar. Después que los defendí en el tribunal, el hermano David Gray y yo llevamos una carta a todos los funcionarios de la ciudad. La carta mostraba que los testigos de Jehová tenían derecho legal a efectuar su obra, y advertía que, si se continuaba hostigando a los Testigos, los funcionarios cargarían con la responsabilidad por los daños en que se incurriera.
El alcalde recibió la carta y la leyó sin comentarios, pero el jefe de la policía nos dijo: “Aquí en el Oeste la gente sale del pueblo a dar un paseo, y [...] después, [...] cuando otros los buscan, nunca aparecen”. Sin embargo, esta amenaza no se realizó; más bien, la situación mejoró, y no se tomó acción legal contra los hermanos.
Para este tiempo la Sociedad Watch Tower me nombró siervo de zona (ahora superintendente de circuito). Tenía como asignación gran parte de Nuevo México y una porción de Texas.
Galaad y una asignación en el extranjero
En 1943 Virginia y yo recibimos una invitación a la segunda clase de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Después de graduarnos, en enero de 1944, originalmente se nos asignó a la congregación de Flatbush, en Brooklyn, Nueva York. Vivimos por un tiempo en un edificio viejo que estaba situado detrás de la fábrica de la Sociedad, y que más tarde fue demolido para agrandar aquella fábrica de la calle Adams.
Sin embargo, con el tiempo se nos asignó a la República Dominicana, donde era dictador absoluto Rafael Leónidas Trujillo Molina. Cuando llegamos a aquel país, el domingo 1 de abril de 1945, Virginia y yo éramos los únicos Testigos allí. Fuimos al Hotel Victoria y conseguimos alojamiento... cinco dólares al día por los dos, las comidas incluidas. Aquella misma tarde empezamos nuestro primer estudio bíblico en el hogar de una persona que se interesaba en la verdad.
Sucedió así: Dos dominicanas con quienes habíamos considerado la Biblia en Brooklyn nos habían dado los nombres de sus parientes y conocidos, y uno de estos era un médico de apellido Green. Cuando lo visitamos, también conocimos a su vecino, Moses Rollins. Al decirles cómo habíamos obtenido el nombre y la dirección de ellos, escucharon atentamente el mensaje del Reino y concordaron en estudiar la Biblia. Pronto Moses llegó a ser el primer publicador local del Reino.
Aquella misma noche el doctor Green nos llevó a buscar casa desde un autobús. Finalmente alquilamos una pequeña casa de concreto allí en la capital, Ciudad Trujillo (ahora Santo Domingo). En junio llegaron otros cuatro misioneros. Abrimos un segundo hogar misional, y después llegaron otros misioneros. Para agosto de 1946 tuvimos un máximo de 28 publicadores. Pronto llegaron muchos misioneros más, y se abrieron hogares para ellos también. ¡Era un tiempo de aumento!
Servimos bajo proscripción
Para 1950 habíamos aumentado a más de 200 publicadores. Sin embargo, debido a la neutralidad estricta de los testigos de Jehová el gobierno de Trujillo empezó a echar en prisión a algunos hermanos jóvenes. Además, como medida más extrema, la obra de los testigos de Jehová fue totalmente proscrita el 21 de junio de 1950.
Los hermanos ya no podían reunirse en Salones del Reino, de modo que empezaron a celebrar reuniones como grupitos en hogares privados. Allí estudiábamos artículos de La Atalaya producidos por mimeógrafo. Todos los leales apreciaron muchísimo la fortaleza espiritual que Jehová siguió dándoles en estos grupitos de estudio.
Los domingos visitábamos a los muchos hermanos dominicanos en las prisiones de Trujillo. Los guardas nos registraban al entrar, y formalmente se tomaba nota de quiénes éramos. A veces, cuando estábamos con los hermanos, varios soldados nos rodeaban y nos vigilaban cuidadosamente. En cierta ocasión, el hermano Stanley Aniol, de Chicago, quien visitaba a su hija misionera, Mary (ahora es Mary Adams, y sirve en el Betel de Brooklyn), nos acompañó en el viaje a una prisión. Conmovido por la integridad de los jóvenes hermanos dominicanos, el hermano Aniol los besó tiernamente a la vista de los soldados que vigilaban.
Terminada la visita, mientras caminábamos por la calle principal, un auto lleno de agentes de Trujillo nos siguió lentamente. Este era uno de los muy conocidos métodos que Trujillo usaba para intimidar a la gente. Cuando le dijimos al hermano Aniol lo que se proponían aquellos hombres, no se perturbó en lo más mínimo. Sí; era necesario no hacer caso de los esfuerzos de Trujillo por intimidarnos; teníamos que confiar completamente en Jehová.
A veces venían a visitarnos impostores, espías de Trujillo, que se hacían pasar por hermanos. Por eso teníamos que ser “cautelosos como serpientes, y, sin embargo, inocentes como palomas”. (Mateo 10:16.) Para determinar si realmente eran hermanos, les hacíamos preguntas escrutadoras.
Durante la proscripción, cada orador pronunciaba el discurso de la Conmemoración en tres diferentes grupos de estudios; los oradores se transportaban de un lugar a otro con el mayor sigilo. Muchas veces sucedía que llovía torrencialmente la noche de la Conmemoración, y puesto que el ejército de espías de Trujillo temía a la lluvia fuerte —como en otros lugares la gente teme a un temporal de nieve— aquello era una bendición para nosotros.
Puesto que el gobierno de Trujillo hubiera negado a los misioneros el regreso al país si salían de allí, la mayoría de ellos no asistieron a las grandes asambleas internacionales que se celebraron en la ciudad de Nueva York en 1950 y en 1953. Tuvimos que conformarnos con la información que presentó el periódico The New York Times: unas hermosas fotografías de la asamblea y descripciones de los programas diarios. Además, un teatro local exhibió una extensa vista del gran bautismo de la asamblea de 1953.
En 1956 Roy Brandt y yo recibimos notificación de que debíamos comparecer para un interrogatorio oficial. Antes, funcionarios del gobierno de Trujillo habían invitado al hermano Manuel Hierrezuelo a verlos. Pero después la familia de Manuel solo recibió su cadáver. Por eso, ¿qué nos esperaba a nosotros?
Al llegar, nos interrogaron por separado, y era obvio que se estaba tomando nota de nuestras respuestas. Aquella vez no sucedió nada más, pero dos meses después los periódicos anunciaron que el gobierno de Trujillo había levantado la proscripción de los testigos de Jehová, y que podíamos activarnos públicamente. De nuevo conseguimos Salones del Reino, y la obra de Jehová siguió progresando.
Sin embargo, en junio de 1957 empezó una nueva ola de persecución, y todos los misioneros fueron expulsados del país. Nos entristeció mucho tener que salir de allí. Virginia y yo habíamos servido por 12 años en la República Dominicana y habíamos visto aumentar la cantidad de los Testigos desde solamente nosotros dos hasta mucho más de 600. En 1960 se levantó la segunda proscripción, ¡y la cantidad de publicadores ha continuado creciendo hasta alcanzar, ahora, la cifra de 10.000!
Servicio en Puerto Rico
En agosto de 1957, cuando llegamos a Puerto Rico, nos recibieron allí nuestros hermanos cristianos y representantes de la prensa. Los informes de la prensa sobre nuestra llegada dieron un amplio testimonio. En aquel tiempo había menos de 1.200 publicadores del Reino en Puerto Rico. ¡Ahora hay unos 22.000!
En 1958 la Sociedad me invitó a servir como superintendente viajante. Así, en el transcurso de los años llegamos a conocer a muchos hermanos fieles de todas partes de Puerto Rico y de las Islas Vírgenes, y a trabajar con ellos. Más tarde mi esposa y yo llegamos a ser miembros de la familia del Betel local. Y desde que se formó el Comité de la Sucursal aquí, Jehová me ha favorecido con ser miembro de él.
Me llena de felicidad haber recibido personalmente de Jehová el “céntuplo ahora [...] hermanos, y hermanas, y madres, e hijos”. (Marcos 10:30.) Lo que siempre he deseado hacer en la vida es servirle. Por eso, al examinar en retrospección unos 48 años desde que empecé a servir de precursor, ¡me regocijo al decir que de veras he visto que Jehová es bueno! (Salmo 34:8.)
Ya para finalizarse esta historia de la vida de Lennart Johnson, Virginia Johnson murió mientras dormía apaciblemente, el 31 de enero de 1987


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