La hormiga corretea por el tronco, ajena al
peligro que le aguarda. De repente, se le pega una pata y luego otra,
quedando atrapada en una resina espesa como la miel. Al caerle encima otra
gota dorada y envolverla por completo, ya no hay escapatoria. Finalmente,
la pegajosa masa se precipita al suelo con ella dentro y es arrastrada por la
lluvia a un río, donde se hunde en el fango. Milenios después, la infeliz
criatura sale a la luz, perfectamente conservada en una lágrima dorada.
La resina está dura, pues se ha convertido en ámbar, uno de los tesoros
más preciados del hombre.
¿Qué sabemos del ámbar? ¿Revelan detalles del
pasado remoto esta sustancia y los insectos que encierra? ¿Serán la clave para
recrear formas de vida que llevan desaparecidas largo tiempo?
Oro del norte
Durante miles de años, el hombre ha vivido
intrigado por el origen misterioso del dorado ámbar, con su cálida belleza, y
las sorprendentes propiedades que parece poseer. En torno al año 600 antes
de nuestra era, el científico griego Tales de Mileto observó que al frotarlo
con un paño, atraía plumas o pequeñas briznas de paja. Esta “sorprendente
propiedad” se llama electricidad estática. De hecho, en algunos idiomas,
la palabra electricidad se deriva del vocablo griego para ámbar: élektron.
Tuvieron que pasar más de veinte siglos para que el físico y médico inglés
William Gilbert descubriera otras sustancias que también se cargan de
electricidad estática.
Entre el año 54 y el 60 de nuestra era, el
emperador romano Nerón despachó a un oficial del ejército en busca del origen
del ámbar, quien viajó hacia el norte y lo encontró en la costa del mar
Báltico, desde donde regresó con cientos de kilos de la preciada sustancia.
En Roma era muy valorada por su belleza y por la supuesta protección que
brindaba a su dueño, y también se utilizaba para preparar medicinas y
ungüentos. Según el historiador romano Plinio, era tan popular que una
estatuilla valía más que un esclavo sano.
Las civilizaciones noreuropeas más antiguas
trocaban el ámbar (llamado a veces oro del norte) por hierro, cobre y otros
artículos procedentes del sur. En la Edad Media, el comercio y la
elaboración de este material quedaron bajo la estricta supervisión de la Orden
de los Caballeros Teutónicos, recién llegados de las cruzadas. Recoger esta
sustancia sin permiso se penaba con la muerte.
Entretanto, en la isla caribeña de Quisqueya
(que hoy comprende la República Dominicana y Haití), los indios taínos también
la habían descubierto. Cuando Colón arribó allí por primera vez, en 1492,
obsequió a un joven cacique con un collar de brillantes cuentas de ámbar. Dice
la historia que Colón se sorprendió al recibir a cambio calzado con adornos del
mismo material.
¿Qué es el ámbar?
El ámbar dominicano es la resina endurecida
de un árbol tropical de hoja ancha, hoy extinto, que está emparentado con
variedades que aún crecen en el Caribe y en América Central y del Sur,
conocidas en la zona como algarrobos. Con todo, la especie más afín a aquel
antiguo “árbol del ámbar” se halla únicamente en África oriental. Por su parte,
el del Báltico proviene de una conífera.
¿Cómo se forma el ámbar? En primer lugar, la
corteza del árbol se abre, tal vez al romperse una rama, agrietarse el tronco o
sufrir el ataque de escarabajos xilófagos. Para sellar la herida, el árbol
segrega una resina viscosa, que atrapa a insectos y otras criaturas pequeñas y
termina cubriéndolas por completo. A diferencia de la savia, constituida
por agua y nutrientes, la resina está formada por terpenos, alcoholes y
ésteres, compuestos químicos que al parecer tienen propiedades secantes y
antibióticas que embalsaman a la planta o insecto encapsulado. Con las
condiciones ambientales apropiadas, la resina se endurece lentamente hasta
volverse ámbar, y así guarda intacto su contenido durante milenios. Por lo
tanto, el ámbar es una resina fósil de árboles del pasado.
En busca del tesoro
perdido
Aunque el ámbar se halla por todo el planeta,
solo existen veinte regiones con las cantidades necesarias para que la
explotación minera sea rentable. En la actualidad, la mayor parte se
extrae en la región báltica de Europa oriental, en la República Dominicana y en
algunos estados de México.
La extracción es una ardua tarea. A juicio
de numerosos científicos, para que la resina se transforme en ámbar, ha de
permanecer enterrada, normalmente en arcilla húmeda o sedimentos arenosos.
Muchas de las minas de la República Dominicana se hallan en elevaciones
escarpadas cubiertas de exuberante bosque subtropical, accesibles solo a pie o
en burro y a las que se llega por empinados senderos de montaña.
Algunas minas son pozos anchos y profundos,
mientras que otras son galerías estrechas de hasta 200 metros de longitud.
Como la maquinaria y los explosivos quiebran el ámbar, los mineros han de
extraerlo cuidadosamente a mano —con cinceles, picos y palas— de la dura
arenisca y la arcilla compacta, a menudo con una vela por única iluminación.
De materia quebradiza
a gema brillante
Una vez extraído el ámbar, se saca a plena
luz, se lava y se le quita la dura corteza que tiene en un extremo. Luego se
unta con aceite para ver el interior, en busca de inclusiones como insectos,
vertebrados u otro material orgánico fósil. En el ámbar dominicano, la proporción
es 1 insecto por cada 100 fragmentos, y en el del Báltico, solo 1 por cada
1000. La diferencia se debe, en parte, a que este último suele ser opaco,
mientras que más del noventa por ciento del primero es transparente.
Luego se clasifica minuciosamente por tamaño,
forma, color y contenido. La mayoría de los miles de fragmentos
desenterrados cada semana son pequeños, pero no todos. En una ocasión
se extrajo en la República Dominicana uno que pesaba nada menos que ocho kilos.
Las piezas pequeñas sin inclusiones se reservan para la joyería, y las más
valiosas, para museos o coleccionistas privados.
El ámbar normalmente presenta cálidas
tonalidades amarillentas o doradas. En la República Dominicana se extrae
todos los meses alguna pieza azul. Y aún más raras son las verdes. Se cree que
tales variaciones de color se producen a consecuencia de cambios en la
composición química de la resina y de los minerales que contiene la tierra que
la rodea.
Imágenes de un bosque
antiguo
Dadas sus singulares características, el
ámbar y sus “prisioneros” han durado más que el exuberante ecosistema tropical
del que provienen. En el caso de la mayoría de los fósiles, el material
orgánico se ha petrificado, de modo que su estructura original ha sido
sustituida por minerales. En cambio, el ámbar es orgánico, como los
animales o plantas que en ocasiones contiene. Si es transparente, permite
estudiar y fotografiar sus antiguos tesoros sin dañarlos. Así pues, constituye,
en opinión de muchos, una magnífica ventana al pasado, ya que guarda un
registro no solo de insectos y pequeños vertebrados, sino también de las
plantas y el clima de ecosistemas desaparecidos en tiempos remotos.
¿Cuáles son las inclusiones más valiosas?
En gran parte depende de la opinión del coleccionista. Algunas de las más
caras se conocen entre los amantes del ámbar como los tres tesoros:
escorpiones, lagartijas y ranas. Como son mayores y más fuertes que muchos
insectos, a la mayoría no les tuvo que resultar difícil librarse de la
resina. Los que quedaron atrapados debieron de ser criaturas muy pequeñas,
enfermas o heridas por algún depredador. ¿Es difícil conseguirlos? Sí.
De acuerdo con un coleccionista, hasta la fecha solo se han descubierto
entre 30 y 40 escorpiones, de 10 a 20 lagartijas, y 8 ó 9 ranas. Así que tales
hallazgos son sumamente valiosos. Un trozo de ámbar dominicano con una ranita
en su interior, que se halló en 1997, se tasó en más de 50.000 dólares.
Para algunos científicos, hay inclusiones
todavía más fascinantes. En vista de que los insectos solían quedar
atrapados rápidamente, muchas piezas contienen “instantáneas” de la historia
antigua. Se observan indicios de su conducta, como la interacción entre
depredador y presa. Los especímenes que muestran huevos, larvas en eclosión,
capullos de araña con embriones dentro o arañas recién nacidas permiten a los
investigadores estudiar las etapas del desarrollo de los insectos. Un museo de
Stuttgart (Alemania) exhibe un fragmento que alberga una antigua colonia de
2.000 hormigas.
De igual manera se obtienen datos sobre la
vegetación de los bosques de antaño. Flores, hongos, musgo, hojas y semillas
que quedaron atrapados en el ámbar han ayudado a identificar numerosas plantas
y árboles de la antigüedad. Además, los científicos están casi seguros de que
había higueras en aquellos bosques aunque no han encontrado ni hojas
ni ramas de este árbol. ¿Cómo es posible? Porque han hallado varias
especies de avispas que solo viven en los higos. Por lo tanto, es lógico
suponer la existencia de higueras.
¿Una reconstrucción
del pasado?
Una popular película de hace unos años se
basaba en la premisa de que se podría reproducir dinosaurios a partir del ADN
de su sangre si se extraía de mosquitos sepultados en ámbar. Muchos científicos
dudan que eso sea posible. Todo ser vivo cuenta con un ADN particular, que
contiene las instrucciones codificadas que determinan sus características
heredadas. No obstante, aunque los experimentos científicos han
posibilitado la recuperación de pequeños fragmentos de ADN de algunos insectos
y plantas recubiertos de ámbar, la posibilidad de reproducir seres extintos aún
es remota.
El ADN obtenido se encuentra dañado e
incompleto. Se calcula que los fragmentos recuperados representan menos de una
millonésima parte de la información del código genético del organismo.
La reconstrucción completa de tal código se ha comparado a volver a
escribir un libro de miles de páginas a partir de una oración incompleta y
desordenada.
En todo caso, la idea de clonar dinosaurios
ha renovado el interés en el ámbar, que ahora se expone en museos de todo el
planeta. En el Museo Mundo de Ámbar, situado en Santo Domingo
(República Dominicana), los visitantes realizan actividades interactivas y
observan el ámbar con potentes microscopios. Y en uno de sus talleres hay
hábiles artesanos que transforman el ámbar en hermosas joyas con contenido
fósil.
El ámbar ha fascinado por siglos al hombre.
Hoy se atesora por su cálida y misteriosa belleza y por la valiosa información
que nos ofrece del pasado.
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