Nos hallábamos junto a una corriente que retumbaba, bien alto en las montañas cerca de Medellín, Colombia, después de haber viajado todo el día a través de una sección árida de Córdoba. Aquí y allá en nuestra ropa y el auto en el cual viajábamos dejaban su marca acumulaciones de polvo. Y también en nuestra garganta, aparentemente. Tomando una curva en la subida que nos permitiría pasar sobre la montaña y bajar hasta Medellín, nos topamos con esta corriente. ¡Verdaderamente, un don maravilloso del Creador del hombre!
El ciclo del agua
El agua de esta hermosa corriente estaba en
rápido movimiento. Junto con el agua de otras corrientes de las montañas,
valles, y hasta subterráneas, de ríos y lagos, se movía hacia el mar. Allí el
Sol con sus poderosos rayos la levantaría como vapor acuoso, quitándole la sal
por evaporación sencilla.
Cada segundo nuestro Sol hace subir así
15.000.000 de toneladas de agua dulce de los océanos salados y otras fuentes.
Llevado por nubes y corrientes de aire por encima de alguna masa de tierra
sedienta, el vapor acuoso se deposita como lluvia, la cual se vacía en algún
río o corriente y con el tiempo regresa al mar. Notablemente, la Santa Biblia,
hace unos 3.000 años, describió este ciclo, diciendo: “Todos los torrentes
invernales están saliendo para el mar, no obstante el mar mismo
no está lleno. Al lugar para donde están saliendo los torrentes
invernales, allí están regresando para poder salir.”—Ecl. 1:7.
Pero el vapor acuoso no solo se produce
como resultado de la acción de bombeo del Sol en las superficies de los cuerpos
de agua. Aproximadamente el 85 por ciento proviene de los océanos, pero
las plantas también contribuyen vapor acuoso. Embeben humedad por medio de su
sistema de raíces y luego la pasan por las hojas como vapor. Un abedul puede
despedir unos 265 litros de agua diariamente. ¡Y una hectárea de maíz
puede despedir unos 36.300 litros en un día!
El hombre, su
alimento y bebida
Jehová, el Creador, desplegó su maravillosa
sabiduría cuando hizo el agua, y con toda razón debemos apreciar este don.
Nuestro cuerpo consta de 75 a 90 por ciento de agua, un porcentaje
que disminuye con la vejez y es un poco menor en las mujeres que en los
hombres.
Durante la vida de la persona de término medio
ésta ingiere más de 56.775 litros de agua. Cada día el hombre ingiere unos dos
litros y medio de agua, ya sea por bebidas o en el alimento. A menudo nuestro
alimento tiene de 60 a 95 por ciento de agua por peso. Por ejemplo,
¿sabe usted que una manzana es 80 por ciento agua, un tomate
aproximadamente 95 por ciento agua y una sandía 97 por ciento? Hasta
el más seco de los alimentos, las semillas de girasol asadas, son 5 por
ciento agua.
Hay muchísima agua en la Tierra, pero algunas
regiones tienen mucho menos que otras. No son raras las escaseces de agua
en la República Dominicana. Hace algún tiempo, en la primera plana de un
periódico de Santo Domingo se ilustró elocuentemente el problema. Se mostraba
una llave de agua de la que caía una sola gota de agua en una mano ahuecada.
Era fácil imaginarse la situación. Un día caluroso y polvoriento, en el cual
había ropa que lavar, una casa que limpiar, la comida que preparar, ¡y
ni un chorrito de agua de la llave! Sin embargo, un estudio hecho por
técnicos de las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos aseveró
que en la República Dominicana hay suficiente agua como para satisfacer las
necesidades presentes y futuras del país. Parece ser que el problema estriba en
hacer disponible a todos esa agua.
Guía para
exploradores y rutas de comercio
El agua le sirve al hombre de muchas maneras.
Por mucho tiempo los exploradores han utilizado los ríos como guías. Viajando
por el Amazonas y sus 200 tributarios, los exploradores penetraron en la cuenca
del Amazonas. Y hasta ahora estas aguas suministran el principal medio de
transporte en esa región.
El río Misisipí hizo posible la exploración
de vastas extensiones de los Estados Unidos, puesto que forma el tronco de una
vía acuática interior de 22.526 kilómetros. La vía acuática de San Lorenzo
llevó a los exploradores y colonizadores al corazón del continente
norteamericano.
Y el hombre ha utilizado por mucho tiempo las
aguas para su propia transportación y para el transporte de sus mercancías de
una parte de la Tierra a la otra, sea por balsa, canoa o trasatlántico.
Una temprana vía acuática comercial en la
historia del hombre fue el río Éufrates, navegable por botes pequeños por unos
1.930 kilómetros. Las rutas de comercio del día moderno siguen recorridos
como el del Misisipí. Hecho famoso en una canción norteamericana como ‘el viejo
río que fluye imperturbable,’ éste hace su recorrido de 3.974 kilómetros
desde el norte de Minnesota hasta el golfo de México.
El Rin se considera como uno de los ríos más
bellos del mundo. Sin embargo, si uno fuese uno de los muchos industriales de
la zona del Ruhr, probablemente estaría más interesado en el hecho de que esta
vía de flotación podría llevar sus productos a importantes puertos belgas y
holandeses. Desde el sudeste de Suiza fluye por 1.303 kilómetros a través
de Alemania y Holanda hasta el mar del Norte.
Hace girar las ruedas
de la industria
El Creador hizo el agua que ha hecho girar
las ruedas de la industria desde los días del molino de agua hasta la turbina
hidráulica actual. El hombre reconoció temprano las posibilidades que encerraba
la energía de las enormes cataratas y de las gigantescas olas que se
estrellaban en los litorales del mundo, pero sus esfuerzos por controlar ese
poder y enjaezarlo para su propio uso ha tropezado con limitaciones. Según la Encyclopedia
Americana (ed. de 1961, tomo 29, pág. 24), solo está
utilizando un “porcentaje infinitesimal” de lo que hay allí. Hasta ahora poco
se ha hecho para utilizar la energía que resulta de la acción de las olas de
los océanos.
Quizás la ribera del río que movía al molino
haya sido en el pasado un romántico lugar de reunión, pero también era donde
estaba la aceña que convertía el grano en harina. Planas piedras de molino
circulares estaban conectadas a una rueda que giraba bajo el empuje de la
corriente. Menos pintoresca, pero más eficaz, es la turbina hidráulica, que
produce energía de agua represada. Este sistema se usa extensamente en la
América del Norte, Europa y Rusia.
En la actualidad hay en marcha dos proyectos
hidroeléctricos importantes en la República Dominicana. En la parte central del
país se está construyendo el complejo de Tavera, a un costo que se calcula en
sesenta millones de pesos, mientras que al sur se están empleando otros
veintidós millones en el proyecto de Valdesia. Además de suministrar agua para
extensa irrigación de terrenos, se espera que para 1974, al terminarse
estos proyectos, se hará accesible la electricidad a costo razonable en todas
partes de la República.
La Tierra y su agua
Dios hizo el agua para que pudiéramos vivir
en esta Tierra. La necesitamos para vivir. También añade gozo a la vida. ¿Se ha
sentado usted alguna vez junto a un lago en un atardecer fresco y ha observado
la belleza del Sol poniente reflejada profundamente en las aguas semejantes a
espejo? ¿Ha remado usted alguna vez en canoa sobre un sendero de luz trémula de
Luna a través de una bahía tranquila? ¿Ha presenciado la maravilla pasmosa de
una catarata que va arrollando sobre las rocas hasta lanzarse a la espuma
blanca abajo? ¿Ha escuchado el fuerte rugido de las poderosas olas de los
océanos que dan contra una costa rocosa? Todo esto está incluido en el don del
Creador al hombre.
Al disfrutar de una bebida fría quizás
no nos demos cuenta de cuán singular es este don de nuestro Creador. Esto
se debe a que el agua es la única sustancia común en nuestra Tierra que existe
naturalmente en tres formas diferentes: como líquido, gas (vapor acuoso) y
sólido (hielo). Singular también es el agua porque cuando se congela se ensancha
en vez de contraerse como lo hacen casi todas las otras sustancias. Por eso el
hielo flota en el líquido más pesado. Si el hielo no flotara, la Tierra
podría convertirse en un desierto ártico sin vida. Con el tiempo toda el agua
llegaría a ser hielo sólido, quizás solo con una capa delgada de agua en el
verano.
Hay algunos organismos sencillos que pueden
existir sin aire, pero ninguno puede sobrevivir sin agua, puesto que dependen
del agua para disolver aquello de lo cual se alimentan. Una persona quizás
pudiera vivir un mes más o menos sin alimento, pero sin agua no podría
esperar vivir más de cinco a diez días. Así de sencillo es: Si no hay
agua, no hay vida.
Refrescados ahora por las aguas de la
corriente saltarina, continuamos nuestro viaje. Nuestro corazón está lleno de
aprecio por la sabiduría y benignidad del Creador. Sí, Jehová ciertamente
desplegó estas cualidades cuando le dio al hombre el maravilloso don del agua.
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